Calentamiento global y egoísmo |
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jueves, 01 de diciembre de 2005 |
El
planeta enfrenta un problema creciente que ya brinda indicios concretos
de su amenazadora presencia: el aumento incesante de la temperatura
promedio, que provoca el deshielo de los polos y genera violentos
fenómenos climáticos en lugares y momentos impensados hasta el presente.
Tres días atrás, una tormenta tropical que se desencadenó sobre las
islas Canarias dio más fuerza a la certeza de los científicos de que el
globo se ve sometido de manera creciente a los efectos anormales
provocados por el calentamiento. La tormenta Delta golpeó Tenerife con
fuerza inusual, desatando vientos de hasta ciento veinte kilómetros por
hora que causaron el derrumbe de torres de alta tensión y dejaron a los
isleños sin energía eléctrica durante días.
La costa atlántica norteamericana ha sufrido también las devastadoras
consecuencias de múltiples huracanes, entre los cuales el Katrina -que
arrasó Nueva Orleans- quedará como un hito trágico en la memoria
colectiva. Sin embargo, ni siquiera tan contundentes desastres parecen
haber sido capaces de persuadir a los estadounidenses de disminuir el
consumo promedio de energía. Es que la primera potencia del mundo
lidera en compañía de China la tabla de países emisores de dióxido de
carbono, causante del efecto invernadero disparador del alza de la
temperatura.
El Viejo Continente, en cambio, busca adoptar otro rumbo, más racional
y solidario, pese a que en la actualidad sus habitantes están
consumiendo los recursos naturales al doble de la media mundial. Pero
se necesitan medidas concretas y se las necesita ya: "Sin una acción
eficaz durante varias décadas, el calentamiento global hará que se
fundan las capas de hielo en el norte y que los desiertos se expandan
en el sur", advirtió la directora de la Agencia Europea para el Medio
Ambiente, Jacqueline McGlade.
Sin embargo, los ejemplos chino y estadounidense ponen en blanco sobre
negro que muchos no están dispuestos a dar marcha atrás porque hacerlo
podría perjudicar seriamente sus pujantes economías en crecimiento-el
caso de la nación asiática- o alterar profundamente hábitos de consumo
desmesurados -el caso de EEUU, donde el 52 por ciento de los
automotores que circulan son de alta cilindrada-.
Lo que se halla en juego desborda, por cierto, intereses nacionales o
egoísmos sociales: es necesario que el Tratado de Kyoto sobre
limitación del uso de energía se extienda a todo el orbe y que los
países dominantes depongan su narcisismo. De otro modo, las catástrofes
continuarán y afectarán a todos. Inevitablemente.
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