El Tratado Antártico, firmado en Washington el 1 de diciembre de 1959 y en vigencia desde el 23 de junio de 1961, regula las relaciones entre los estados firmantes en las materias relacionadas con la Antártida, afecta los territorios, incluyendo las barreras de hielo, ubicados al sur de los 60° de latitud sur.
Los firmantes iniciales (países signatarios) Fueron Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Francia, Japón, Nueva Zelanda, Noruega, Sudáfrica, URSS (sustituida por Rusia), el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y EEUU, pero se dejó la puerta abierta a cualquier miembro de la ONU u otro estado invitado por todos los signatarios. Desde su firma varios países más se han adherido.
Características del Tratado Antártico
Congela las aspiraciones territoriales de los signatarios, impide la negación o afirmación de derechos de soberanía de los firmantes y prohíbe la realización de nuevas reclamaciones, protegiendo los derechos de soberanía de sus miembros signatarios.
Limita la dedicación de las actividades de la Antártida a misiones pacíficas, en particular científicas. Establece el intercambio de información, personal científico, observaciones y resultados sobre las actividades realizadas por los signatarios en el continente.
Queda prohibida toda medida militar y el uso militar de las bases.
Se prohíbe el ensayo de toda clase de armas, así como explosiones nucleares o almacenar material radiactivo. El uso de energía o material nuclear debe ser concordado por todas las partes del Tratado.
Hay un sistema de inspección abierto a todas las partes del Tratado.
Se efectuaron Asambleas Consultivas del Tratado Antártico de forma anual. Fueron bienales entre 1959 y 1994.
El compromiso de los estados sin armas nucleares
El desarme nuclear y la no proliferación son mutuamente dependientes. Para avanzar en ambas metas, los países deben comprender que la abolición de las armas nucleares fortalecerá la seguridad de todos. (Irma Argüello, de Argentina, es fundadora y presidente de la Fundación de No-proliferación para la Seguridad Global.) El desarme nuclear depende de la cooperación entre los países que poseen armas nucleares y aquellos que no las tienen.
La necesidad de eliminarlas es clara, no sólo por la destrucción que causan, sino también por los recursos que restan a la calidad de vida ya precaria en algunos de los países nuclearmente armados.
Mientras las armas nucleares sigan siendo símbolo de poder, prestigio y status político, o se las considere necesarias para la seguridad nacional, los países se resistirán a renunciar a ellas.
Es crucial desvalorizar los beneficios percibidos de poseer armas nucleares.
Son una trampa, no una bendición.
Las dos superpotencias de la Guerra Fría cayeron en la trampa al aumentar sus arsenales a decenas de miles de ojivas nucleares y otros estados las imitaron en menor escala. ¿Era esa enorme cantidad necesaria para la disuasión, en vista de que supera varias veces lo requerido para la destrucción mutuamente asegurada?
Difíciles y costosas de construir, son mucho más difíciles y costosas de desmantelar y destruir. Paradójicamente, los países nuclearmente armados enfrentan hoy riesgos más severos a causa de ellas que aquellos que no las poseen.
Las armas nucleares deben ser vigiladas, contenidas y observadas permanentemente y representan una enorme responsabilidad para el que las posee. Los riesgos de fallas técnicas, accidentes o de empleo por error en momentos de tensión, están presentes. Además, quienes las tienen son blancos preferidos para el terrorismo y las acciones ilícitas.
La adopción en septiembre pasado de la Resolución 1887 por parte del Consejo de Seguridad de la ONU, con el propósito de revigorizar los esfuerzos para terminar con la proliferación de armas nucleares, es un paso prometedor.
Ahora es necesario ir más allá de las declaraciones y tomar acción.
El desarme por parte de los estados nuclearmente armados y la no proliferación en otros países, requieren reciprocidad. La Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), de mayo de 2010, es oportunidad de avanzar en conjunto hacia ambos objetivos, con hitos definidos, a la vez que se protege el derecho de cada estado a los usos pacíficos de la energía nuclear.
El TNP debería mejorarse en el corto plazo, pero la reducción de las armas nucleares a cero requiere de un nuevo instrumento que pueda ser aceptado universalmente y que defina claras responsabilidades para todos los estados.
Los países que deliberadamente eligen no poseer armas nucleares son dignos de elogio, pero es esencial que jueguen un rol activo para ayudar a los países con armas nucleares a desarmarse.
Existen muchas maneras de concretar esta colaboración:
• Auspiciar iniciativas para explorar soluciones prácticas a los problemas claves del desarme. La Comisión Internacional sobre No-proliferación Nuclear y Desarme, auspiciada por los gobiernos de Australia y Japón, por ejemplo, ha llevado a cabo investigaciones que se han plasmado en el informe titulado Eliminando las Amenazas Nucleares.
• Promover la transparencia respecto de los arsenales nucleares y desarrollar en conjunto formas de verificar su desmantelamiento y destrucción, sin diseminar la tecnología de armas. Será difícil para un país renunciar a sus armas, a menos que tenga la certeza de que sus adversarios están haciendo lo mismo. La Iniciativa del Reino Unido y Noruega para la Verificación del Desmantelamiento de las Ojivas Nucleares ilustra la manera en que puede lograrse la transparencia por medio de programas multilaterales.
• Promover negociaciones informales que incluyan a los estados nuclearmente armados que no son parte del TNP.
• Prohibir el despliegue y estacionamiento de armas nucleares en sus territorios nacionales.
• Reconsiderar la necesidad de armas nucleares en sus solicitudes de disuasión extendida. Muchos países descansan en “paraguas nucleares” provistos por sus aliados. Hoy, es difícil definir una amenaza a la seguridad que pueda requerir de tal respuesta nuclear.
• Abogar por la reducción de los conflictos y el fortalecimiento de la confianza dentro de sus respectivas regiones, así como promover instituciones más fuertes y confiables en todos los países, una clave comprobada para reducir los riesgos de proliferación.
• Promover la ampliación de las zonas libres de armas nucleares compartiendo experiencias y modelos, de modo de incluir nuevas regiones o grupos de países.
• Educar en desarme y no-proliferación a líderes y sociedades, como un esfuerzo de alto rédito en el largo plazo, tal como es apropiadamente establecido por la Resolución A/57/124 de 2002 de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
El desarme nuclear y la no-proliferación son esenciales para el futuro de todas las naciones. No basta con el compromiso de los países que poseen armas nucleares, aquellos que no las poseen pueden y deben comprometerse. La cooperación entre estados y regiones es sin dudas el motor que hará posible un mundo libre de armas nucleares.
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