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Los pequeños pueblos son el futuro
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Publicado por Administrador   
jueves, 19 de septiembre de 2013
Pueblo Nací urbanita, crecí globalizado y me formé productivista. Nací en la ciudad y solo los veranos me acercaban al pueblo de los abuelos. Como decía la televisión, mis vacaciones transcurrían en un lugar antiguo y desfasado. Al crecer fui globalizado por una fuerza aspiradora invisible; la cultura de los EEUU a lomos del caballo de John Wayne ganó todas las batallas y acaparó todos los terrenos de la vida.

Los años de la universidad colmaron mi mente con sustancias abrasivas como productivismo, efectividad y competitividad. Con este bagaje, la crisis instalada en Europa se presenta como el desmoronamiento de estos mitos; de sopetón y sin vuelta atrás. Los cowboys eran una fabulosa farsa.

Si los mitos nos han llevado hasta donde estamos, puede que sea el momento de plantear los anti-mitos ¿Es posible aparcar la efectividad para que circule la afectividad? ¿Cerramos los espacios de competitividad y abrimos puertas de cooperación? Y la pregunta clave, la ruralidad y su cultura -considerada un atraso- ¿guarda en sus esencias verdaderos adelantos?

Observando muchas experiencias campesinas (algunas de nueva hornada, otras presentes en pueblos y personas que resistieron defendiendo su cultura), se distinguen algunos elementos centrales y comunes que pueden ser inspiradores para construir nuevos modelos económicos más allá del actual capitalismo neoliberal:

Frente a una economía de escala global, donde el precio del pan de Mozambique se decide en las bolsas de Chicago según lo que un instrumento financiero desee ganar, las economías campesinas se ejercen en espacios reducidos, sin salir muy lejos de los propios pueblos. Planteadas a escala local se asegura que sus impactos se viertan sobre el propio territorio, como primer paso para garantizarle autonomía. Una forma de hacer que nos indica la importancia de ‘relocalizar la economía’ generando células completas donde la vida se vive y se reproduce.
    
Si en el actual delirio, el 90% de la economía es financiera por sólo un 10% de economía productiva, ¿no debe el sector primario con una economía tangible (y comestible) volver a ser, como su nombre indica, prioritario? En cualquier economía campesina el ingrediente principal han sido siempre las propias actividades agropecuarias dirigidas a la producción de un bien fundamental, la comida. Además, para los países industrializados donde el campesinado no alcanza ni el 5% de la población activa, impulsar el sector primario supondría generación de empleo, equilibrio económico y menos dependencia agrícola de un mercado global disparatado.
    
Otra de las dificultades del modelo económico reinante es la falta de diversificación. Todos los huevos se ponen en cesto de la construcción o del turismo, por ejemplo. En la agricultura capitalista ocurre miméticamente lo mismo, se apuesta por monocultivos que producen bienes para una cadena de montaje fuera de control. En cambio, las economías campesinas que han sabido perdurar en el tiempo se diseñan en paisajes de policultivos, buscando una buena diversificación productiva, generando resiliencia y seguridad. Tomemos nota.
    
En una comunidad o familia campesina, las actividades productivas buscan prácticas ensambladas a la Naturaleza, de la que se sienten parte. La observan y comprenden para imitarla en sus agroecosistemas, produciendo según sus ritmos. Las bases ecológicas de este modelo económico consiguen resolver el reto de la sostenibilidad: obtener alimentos de la tierra y el agua sin agotar sus capacidades. Frente a economías lineales donde se generan desperdicios y se pierde energía hay que pensar en sistemas que funcionan circularmente, mimetizando los sistemas vivientes, donde nada se desperdicia, donde todos los materiales siguen fluyendo. Lo que se produce hoy será un recurso para mañana ¿Aprenderemos esta lección?
    
La economía al servicio de la gente gusta de cuantas más manos mejor. Si la economía capitalista y febril renuncia a la mano de obra o bien la esclaviza para sus mejores rendimientos, en las culturas y formas de hacer campesinas ha primado la ocupación de la mano de obra familiar o comunitaria, en condiciones de dignidad. Si en una misma finca campesina se pueden producir más o cultivar más tierras se hace en base a más gente, como una olla con más cocido para alimentar a más personas.
    
En el mundo rural, la sabiduría necesaria para que la receta salga sabrosa, ha sido siempre fruto de la observación, la experimentación y del intercambio de ideas y saberes con otras personas y regiones. La varita mágica de los avances tecnológicos que alguna Ciencia ha querido imponer en el campo como la solución a todo, se demuestra que escapa al control de las propias personas y no es más que una fórmula para ejercer el poder.
    
La cooperación social es un elemento clave a recuperar, como las tradiciones propias de muchos pueblos de compartir el trabajo –levantar una casa, limpiar unos montes u organizar una siembra. La competitividad, que no es propia de estas cocinas, se reduce al juego de cartas en la taberna. Aunque para las mentes colonizadas de capitalismo nos sea difícil de entender, si miramos al medio rural podremos reaprender que la mejor fórmula para la gestión de los recursos naturales, agua, tierra, montes, etc. es la gestión comunal de los mismos.

Y sumadas estas características, apreciamos cómo durante siglos las comunidades rurales de todos los lugares del mundo, con su propia institucionalidad, han ejercido el control de su propia economía y devenir. Han alcanzado autonomía y libertad. Por esta razón cuando el sistema capitalista ha arremetido contra los pueblos campesinos, el grito enarbolado para recuperar el control colectivo de la agricultura es la defensa de la ‘Soberanía Alimentaria’. ¿No es el déficit de la Soberanía de los pueblos uno de los elementos a recuperar en cualquier economía?

Lo urbano, lo productivo y la globalización han llegado al final de su carrera, dopados como esos ciclistas que también fueron mitos a los que rendimos culto. Por eso, aunque no todas las comunidades campesinas, ni toda la historia y experiencia de su economía es perfecta y admirable, tomarlas como referencia de una nueva economía social y solidaria cobra un sentido indiscutible. El gusto por el buen sabor de recetas comestibles que han pervivido durante muchos miles de años, y sin duda, están pensadas para seguir perdurando.

Los pueblos pequeños tienen futuro

Al acabar una charla donde mejor o peor intenté trasladar los arriba mencionados valores de la economía campesina, un profesor de filosofía levantó la mano para explicarnos que, estando de acuerdo con el análisis, el primer paso era repensar la Política. Sí, con mayúsculas y en su totalidad, pues hasta el tiempo de la Grecia clásica, dijo, tenemos que retroceder para entender que ya allí se menospreciaron a los pequeños núcleos o pueblos. Política, es la administración de la polis, la ciudad.

Desde luego si revisamos el papel de la mayoría de administraciones del Estado español, observamos como sus esfuerzos tienen una forma de pensar y actuar radicalmente opuesta a poner en valor al mundo campesino y rural. Bien por causa de una ceguera descomunal, bien por acabar con vestigios de autonomía, en los últimos años se están sucediendo una combinación de leyes, recortes y proyectos claramente dirigidos a finiquitar la vida en los pequeños pueblos.

Los recortes, la medida estrella para capear esta crisis, inciden directamente en muchos ámbitos del día a día de los pequeños pueblos, llegando a limitar o excluir a su población de algunos Derechos Sociales fundamentales. Los cierres de las escuelas rurales en pequeños municipios son una privación del derecho a la educación; y en muchas ocasiones es el trámite final para la defunción de un pueblo. Los recortes en salud que han cerrado muchos pequeños centros sanitarios comarcales o han eliminado servicios de urgencia, obligan a recorrer algunas distancias que, con el déficit de transporte público también recortado, son la diferencia entre una atención a tiempo o no.

La nueva Ley de Ordenación Territorial diseñada para acabar con los modelos de gobernanza local, como los concejos abiertos, especialmente significados por permitir una gestión del territorio por parte de los propios vecinos y vecinas, es otra medida que disfrazada de ‘búsqueda de eficiencia’, conduce al desmantelamiento del mundo rural. El objetivo indisimulado, como ya se está viendo en muchos lugares, es poner a la venta aquellos bienes comunes que estas pequeñas administraciones gestionaban, como los montes públicos y otros espacios naturales.

Pero también los proyectos presentados como grandes soluciones para salir de la crisis son un ataque a los territorios rurales. El ‘fracking’ o la búsqueda mediante perforaciones y fractura de roca para la obtención de gas, si se lleva adelante, será a costa de tierras agrícolas; las intenciones de extraer uranio en Catalunya u oro y plata en Galicia con minas a cielo abierto arrasarían con el patrimonio natural, cultural y paisajístico, contaminando el entorno y poniendo en riesgo la salud de las personas de sus alrededores, es decir, la población que vive en los pueblos; los planos de todos los nuevos megaproyectos del tipo Eurovegas y otras locuras siempre se trazan sobre territorios aptos para la agricultura o la ganadería; o la instalación de cementerios nucleares son algunos ejemplos.

Si a un paciente enfermo, como nuestros pueblos, con décadas de políticas agrarias al servicio de terratenientes y agroindustria, con altos índices de despoblación y una población muy envejecida, se le acosa con patógenos tan malignos, su futuro es muy complicado. Por eso la propia población de los pueblos en el Estado español se está progresivamente organizando.

Con el lema ‘los pueblos pequeños tienen futuro’, diferentes colectivos rurales unen sus voces indignadas ante estos ataques, pero en un ejercicio re-aprehendido de Soberanía, da un paso más y detallan y explican a la sociedad sus propias propuestas para defender y cuidar lo más valioso y sensible de los pueblos: la vida.

Cuatro son las líneas definidas en algunos de los encuentros recientemente organizados, a mi parecer todas ellas en sintonía con su propia cultura campesina. Primera, defender el estilo propio de la organización rural, variadas fórmulas participativas de la propia comunidad, por pequeña que sea; a la vez que apostar por lo comunitario en la forma de hacer y de vivir. Segunda, hacer posible una medicina rural con rostro humano, y aprovechar las competencias que da la ley a los municipios para diseñar una atención integral a la sanidad y a la salud. Tercera, hacer del derecho a la educación una praxis liberadora. Y cuarta, un compromiso desde lo colectivo para procurar no un estado del bienestar sino un estado de solidaridad.

La lucha de los pequeños pueblos por asegurarse un futuro nos advierte que los pequeños pueblos, sus modos de vida y convivencia, sus economías y sus culturas, son el futuro.


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