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La ecología y las profecías de la Tierra
Publicado por Administrador   
lunes, 04 de julio de 2005
Las ideas vencedoras —dijo alguna vez Alfred North Whitehead— son aquellas cuyo tiempo ha llegado. Eso podría decirse del pensamiento que determina la conciencia ecológica y sus tareas de rescate, prevención, dispositivos de mediano y largo plazo, defensa de las prerrogativas de las generaciones futuras, aceptación de los derechos de los animales, celebración racional de la Naturaleza.

Si uno se atiene a las evidencias ha llegado el tiempo de las ideas ecológicas, prosigue el calentamiento de la Tierra, se incrementan los desechos tóxicos, el capitalismo salvaje destruye los ecosistemas, las sociedades campesinas a duras penas protegen parte de sus zonas patrimoniales.

Y sigue la lista: el gobierno de George Bush se niega a suscribir los Protocolos de Kyoto porque “Norteamérica tendría que gastar mucho dinero”, los japoneses insisten en el levantamiento de la veda de la caza de ballenas; cada año los canadienses matan a palos a más de 300 mil focas; la tala de los bosques es una actividad delincuencial muy favorecida por la alianza de industriales y políticos en América Latina.

En México la conciencia ecológica ha sido tardía y todavía ahora no muy eficaz, así ya disponga de la simpatía de sectores muy vastos (lo que explica a los votantes de ese fraude estrepitoso: el Partido Verde Ecologista de México.) Si en los niños y los adolescentes esta conciencia es la señal del desarrollo civilizatorio, a los gobiernos y el empresariado la defensa de la naturaleza les resulta una actitud “subversiva”, lo que explica en Guerrero la impunidad de las compañías madereras y la perdurabilidad de los políticos que asesinan o encarcelan líderes campesinos.

Se invaden espacios de la biosfera, y se desdeñan o se califican de “alarmistas” las protestas contra las perforaciones de la capa de ozono y sus consecuencias previsibles, una de ellas la proliferación del cáncer de piel.

La instalación de la planta nuclear en Laguna Verde, Veracruz, levanta una gran protesta que el gobierno de Miguel de la Madrid desdeña sin siquiera dar razones.

Los intereses creados insisten: nunca será tiempo de las ideas ecológicas, porque perjudican los grandes negocios.

En los libros de texto de la enseñanza elemental y la educación media apenas se consignan los problemas del medio ambiente, temas primordiales de cualquier país.

No se ignora la ecología pero se disminuye su importancia jerárquica y sólo se le dedican unas líneas a la alteración de los recursos naturales, la falta de control en las plantas termoeléctricas, los derrames de petróleo en el mar, la contaminación de las fábricas de cemento, las emisiones de humos, polvos y gases de la industria petrolera (más las descargas de deshechos), el uso de carbón de piedra, la producción —cortesía de la minería y la metalurgia— de residuos perjudiciales que los organismos no consiguen biodegradar. Y todo esto no provoca una alarma genuina.

Ante el panorama de los ecocidios, la sociedad se considera indefensa, y esto decide el auge de la indiferencia.

Con todo, hay grupos que persisten que con firmeza, y hay activistas valerosos que se enfrentan a las compañías depredadoras y los políticos y las autoridades policiacas o militares que las protegen.

Pero no pueden demasiado ante el dinero de las trasnacionales o las empresas nacionales que obstaculizan el conocimiento de la realidad y la aplicación de la ley.

No se entiende el costo múltiple de la destrucción de las especies, ni trasciende el comentario trivial un fenómeno como el calentamiento global.

¿A quién le atañen las emisiones de monóxido de carbono por el uso de vehículos de motor? ¿Quiénes actúan para detener la contaminación de los lagos y los mantos acuíferos? En todo caso, se alega, son problemas mundiales y el permitir (por alguna compensación económica) la tala inclemente o las cacerías fuera de temporada, no es asunto de interés planetario.

De oírla en 1988, nadie habría hecho caso de la advertencia de Jonathan Porritti: “Debemos prepararnos para reducir nuestros estándares de vida”. Al respecto, sólo unos cuantos se preocupan en México y en América Latina por las consecuencias de los ecocidios.

El movimiento ambientalista o ecologista o de los verdes, surge en respuesta a problemas globales, y tiende a operar en un nivel mundial, sin concentrarse en demasía en los problemas locales. (Esto cambia en tiempos recientes) Tarda en implantarse el “Piensa globalmente, actúa localmente”, y lo mismo sucede con las filiales de organizaciones de tipo de Greenpeace, Friends of the Earth, Worldwide Fund for Nature, y el Programa Ambiental de la ONU...

En la década de 1980 se prodigan los grupos locales, que obligan a los supermercados a vender “productos de orientación ecológica”, y abogan por la tecnología aplicada a la preservación del ambiente.

Pero la sociedad nacional acata los criterios de la sociedad global, sujeta en demasía a los mecanismos neoliberales.

Los problemas se acumulan hasta volverse instituciones del apocalipsis subsidiado.

Lo perfilado en otros países (la tesis de la unidad planetaria, la alternativa de la ecoespiritualidad, la idea de la Tierra como un organismo único que debe respetarse en su integridad) se minimiza o se ignora en México, y desastres nucleares como los de Three Miles Island y Chernobyl apenas repercuten en América Latina. El alejamiento de los compromisos planetarios es el último tributo al aislacionismo, ¿y cómo persuadir a las personas para que se vinculen en algún nivel con el medio ambiente?

El uso despiadado de la alta tecnología destruye la relación directa entre las personas y la Naturaleza.

Se divulga una creencia fatídica: la tecnología es la repuesta última a los problemas, y por eso el porvenir está asegurado.

Este optimismo delirante remite las cuestiones del agua, la contaminación, la inversión térmica, el calentamiento de la Tierra, al porvenir siempre inverificable.

Y no obstante su tenacidad, las victorias de los grupos ecologistas son por lo común sectoriales porque las causas de la ecología aún no son nacionales, con la excepción de la escasez del agua, la amenaza trágica de los años próximos.

Sin embargo, como señala Cecilia Navarro, no sólo las organizaciones civiles luchan contra los proyectos corporativos, sino ya las propias comunidades defienden sus recursos patrimoniales, como en los casos de la comunidad de Cacahuatepec, en La Parota, de la comunidad del valle de San Luis Potosí contra la minera San Xavier, de la comunidad de El Higo contra la incineradora de Askarelas de Altecín.

Y debe mencionarse la lucha de los campesinos ecologistas de Guerrero contra Boise Cascade y los caciques de la región.
Carlos Monsiváis - Escritor
Fuente: VANGUARDIA
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