De Camerún a China. La demanda asiática ha disparado el tráfico de marfil. El resultado: la matanza continua del elefante africano, ya al borde de la extinción. Mueren 25.000 al año. Un veterinario francés nos conduce por la dantesca escena del crimen.
Los machetes resonaron durante más de hora y media, hasta que el elefante por fin murió. Cuando aún vivía, Robert le cortó la trompa. Augustin, uno de los rastreadores pigmeos, se situó a sus espaldas y le sajó los tendones de las patas traseras para que se desplomara. El elefante, ya muy debilitado por dos disparos previos en su abdomen, cayó y los tres cazadores furtivos hicieron lo posible para acabar con él cuanto antes. No les quedaban más balas: son muy caras (15 euros cada una) y conviene no malgastarlas. Por eso terminaron su labor con el machete. El elefante chillaba y en sus ojos se leía el horror de un tormento inacabable. Daba miedo. Yo estaba a un lado, anonadado, cámara en mano sin moverme. No estaba preparado para tal carnicería, y el espectáculo iba a seguir en mi mente durante años. Robert y sus compañeros no entendían por qué los miraba como un pasmarote. Estaban agotados. Nos habíamos pasado diez días recorriendo el Parque Nacional de Lobeke, en el sureste de Camerún, tras la pista de los paquidermos.
¡Pero lo habían logrado! La carne ahora era ahumada sobre la hoguera del campamento. Robert, Augustin y René pronto iban a estar durmiendo sobre sus camastros de hojarasca tras la copiosa cena de carne de elefante bien condimentada. Compartieron la trompa, el manjar preferido por los cazadores. Antes, René había necesitado una hora para extraer los colmillos del cráneo entre una densa nube de avispas y moscas. Los tres, considerados profesionales de la grande chasse, eran respetados y temidos por los aldeanos. El elefante, sólo uno más de los 25.000 abatidos al año en África. Un ritmo de exterminio que es incompatible con la preservación de una especie inmersa en un rápido declive: hace 60 años había entre tres y cinco millones de ejemplares en África. Hoy quedan menos de 700.000. En esta ocasión, los colmillos tan sólo pesaban cinco kilos: apenas podrían sacarle 45 euros al comandante de la gendarmería del pueblo más próximo, que les había proporcionado el fusil y las balas. Es sólo la primera etapa de un largo viaje en el que la suma de kilómetros e intermediarios hace que se multiplique el valor del preciado ‘oro blanco’.
Cuando llegue a su destino final –principalmente China, Japón y Tailandia–, habrá alcanzado los 750 euros por kilo. Los expertos responsabilizan al auge económico chino de gran parte del incremento de la demanda de marfil, muy valorado en el país más poblado del mundo. Los colmillos se convierten allí en elaboradas figuras, en peines, en teclas de piano, en joyas... En Japón, por su parte, los colmillos terminarán convertidos en hankos, como se conoce a los preciados sellos de marfil tallado, que pueden alcanzar los 130.000 dólares en el mercado. Un hanko tallado en marfil es símbolo de estatus entre la población nipona.
En la actualidad, cada vez que se interviene un cargamento, el marfil es sometido a un análisis de ADN y los datos son volcados en un complejo sistema informático (ETIS) que recoge la información genética de todos los ejemplares encontrados muertos en las selvas y sabanas africanas, así como en las incautaciones policiales. Este sistema delata el origen de cada pieza y ha permitido conocer detalles del modus operandi de las redes de contrabando, pero está lejos de solucionar el problema. El cazador puede ganar cientos de dólares con un elefante, frente a los 50 mensuales que cobra un guarda forestal en Zambia o el apenas dólar por cabeza que alcanza la renta per cápita en muchos países africanos. Las mafias, las milicias involucradas, los agentes aduaneros y autoridades locales corruptas se pueden embolsar miles de dólares.
La promesa de tan pingües beneficios ha tenido una consecuencia directa: la implicación de mafias en el contrabando de marfil. No estamos hablando de pequeñas estatuillas talladas ocultas en la maleta. Según cálculos de IFAW (Fondo Internacional para la Protección de los Animales y su Hábitat, en sus siglas inglesas), se han duplicado los embargos cuyo volumen supera la tonelada de peso. Mil kilos de marfil no es algo que el turista pueda llevar en su equipaje de mano. Los alijos se camuflan en dobles fondos de contenedores que utilizan un comercio legal como tapadera. Y a menudo los contrabandistas de marfil utilizan las redes mafiosas establecidas para el tráfico de armas, drogas o personas. Se ha detectado la presencia de mafias chinas dedicadas al contrabando de ‘oro blanco’ en países como República del Congo, Camerún o Nigeria. Y España tampoco ha quedado al margen. En 2004, el Servicio de Protección de la Naturaleza intervino 2.880 kilogramos de marfil en Madrid, en la llamada operación Loxodonta (el nombre científico del elefante africano: Loxodonta africana). El marfil intervenido correspondería a unos 400 elefantes sacrificados.
En 2007, el israelí Ofir Drori, fundador de LAGA, una ONG que combate el comercio dañino para la fauna y flora camerunesas, descubrió en el puerto de Duala un contenedor con doble fondo que iba y venía de África a Hong Kong. En el compartimento secreto había marfil en polvo. Varios chinos residentes en Camerún fueron detenidos. Un año más tarde, LAGA y yo facilitamos la detención del contrabandista de marfil más importante. La complicada operación policial salió bastante bien, pero, una vez en la cárcel, el contrabandista movió sus hilos políticos y consiguió la libertad a las pocas semanas.
Estando así las cosas, muchos se vieron sorprendidos por la autorización que el Cites (Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres, organismo de la ONU contra el comercio internacional de especies en peligro de extinción) dio a la subasta de 100 toneladas de marfil en octubre de 2008. Era la primera vez en cerca de diez años que se permitía la venta, y fueron cuatro países –Namibia, Botsuana, Zimbabue y Sudáfrica– los autorizados a vender. Los compradores, en una subasta realizada a puerta cerrada y a la que no se permitió el acceso de la prensa, sólo podían ser de Japón y China. Desde el Cites aducen que este tipo de ventas revienta el mercado: en la subasta, el precio rondó los 100 euros por kilo de marfil, cuando en el mercado negro alcanza los 750 euros por kilo. Y el organismo, que estos días se encuentra reunido en Doha, Qatar, estudia la pertinencia de volver a poner en marcha una subasta controlada. Desde Traffic, organismo que colabora con WWF en el análisis del comercio –legal e ilegal– de flora y fauna silvestres, aseguran que el volumen de marfil de contrabando incautado se duplicó en 2009 con respecto al año anterior. La medida del Cites no parece haber surtido efecto. Y, de seguir al ritmo actual de capturas, el elefante tiene sus días contados.
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