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Copenhague: un acuerdo para salvar la cara, no el clima
Noticias - Diciembre 2009
Publicado por Administrador   
domingo, 20 de diciembre de 2009
Copenhague El acuerdo internacional para evitar los perjuicios del calentamiento global, de cumplimiento obligatorio, que abarque a todas las naciones del planeta y producto del consenso tendrá que esperar y no está claro cuánto. La Cumbre de Cambio Climático de Naciones Unidas terminó sin un pronunciamiento colectivo que comprometiera eficazmente a resguardar lo que queda de la atmósfera sin contaminar. Desde este punto de vista, fue un fracaso sin vueltas.

Pero el encuentro danés alumbró un nuevo esquema de poder en el mundo que consagra a los países subdesarrollados emergentes como interlocutores ineludibles del mundo rico. Casi a última hora de un día intenso y de negociaciones febriles entre los principales líderes del planeta, Barack Obama anunció que había cerrado un pacto con China, India, Sudáfrica y Brasil, aunque admitió que es “insuficiente” para solucionar los problemas del efecto invernadero. Se trata, básicamente, de una declaración de principios más que de un texto cerrado: plantea impedir que el incremento de la temperatura supere los 2 grados y prevé otorgar un auxilio financiero a las naciones subdesarrolladas. El recorte de emisiones en el corto plazo queda como una meta a definir, posiblemente para después de las fiestas de fin de año. Por ahora, vagas promesas que están lejos de garantizar un recorte efectivo e inmediato de las emisiones de carbono. Nadie está satisfecho y los bloques de los ricos y de los pobres, fragmentados. Antes de la partida de los presidentes, ni siquiera hubo la clásica foto conjunta.

Sudán cuestionó ese trabajoso acuerdo, mostrando una fisura en el G-77, al que también pertenecen China, India, Sudáfrica y Brasil, países con los que Estados Unidos tuvo que entenderse para que pudiera generarse algo que anunciar, aunque fuera de modo tardío y sin respetar estrictamente los procedimientos regulares. Los europeos dudaron bastante en sumarse públicamente a ese esbozo de pacto y muy a último momento salieron a avalar a regañadientes ese principio de acuerdo.

“Es mejor un acuerdo que ningún acuerdo, pero hubiésemos preferido algo con un mayor nivel de ambición”, sostuvieron sus portavoces, en una muy tardía y postergada conferencia de prensa, cerca de las 3 de la madrugada danesa. Allí mismo suscribieron que el Viejo Continente mantiene su propósito de disminuir las emisiones un 20 por ciento respecto de 1990 para el año 2020, aunque dejaron en claro que ellos hubiesen estado dispuestos a llegar al 30 si hubiese habido un compromiso diferente por parte de las otras naciones ricas.

A ese acuerdo marco aludió el presidente de los Estados Unidos en una conferencia ante la prensa norteamericana a primera hora de la noche, cuya letra precisa a altas horas de la madrugada aún no se conocía formalmente. Cuando ocurrió la segunda aparición pública de Obama en el día, poco antes de abandonar Dinamarca, todavía faltaban horas para clausurar un día demasiado extenso.

Cerca de las 9 de la mañana, el eficiente transporte público en Copenhague se paralizó por unos minutos. Una medida de seguridad para permitir que el presidente de los Estados Unidos pudiera trasladarse desde el aeropuerto de Kastrup al Centro de Convenciones, donde lo esperaban otros jefes de Estado para definir un posible documento común. Hubo nieve y mucha expectativa pero, definitivamente, Barack Obama no resultó ser el Papá Noel que algunos pensaban.

En un discurso público al mediodía, cuando el debate entre los presidentes era un hervidero, el jefe de la Casa Blanca planteó que el conjunto de naciones desarrolladas podría auxiliar al resto con un aporte de 30 mil millones de dólares de aquí a 2012, monto que treparía a 100 mil millones anuales a partir de 2020, aunque esos recursos serían sólo parcialmente aportes de los tesoros de las naciones ricas. Peor aún. Ese aporte, sugirió, estaba condicionado a la posibilidad de monitorear lo que hace cada uno para proteger el ambiente y cómo gastan el dinero de la ayuda.

“Cuidado con la intervención. La experiencia con el Fondo Monetario y el Banco Mundial en nuestras economías no es recomendable”, había advertido minutos antes Inácio Lula da Silva en un encendido discurso que arrancó aplausos en varios tramos. El presidente de Brasil, inmediato antecesor en los discursos a Obama, salió a cuestionar los términos de un borrador que contenía esa idea de control y que le había encendido el ánimo desde la madrugada. “No violará sus soberanías. Pero debe haber un mecanismo para revisar si se están cumpliendo las promesas”, intentó tranquilizar el presidente de los Estados Unidos.

Fue un día largo, de excesiva adrenalina. La reunión de mandatarios empezó el jueves por la noche después de la cena en el Palacio Real, en parte promovida por la urgencia de Nicolas Sarkozy. Algo más de veinte jefes de Estado estuvieron trabajando hasta la madrugada de ayer, en la que apareció el primero de los varios documentos de trabajo, puesto sobre la mesa por la presidencia de la Cumbre, a cargo de los daneses. Algo que vulnera la dinámica normal de esta Convención, tal como salieron a denunciar por la mañana Hugo Chávez y Evo Morales, también excluidos del limitado listado de oradores del mediodía. Sólo las protestas del presidente venezolano le permitieron finalmente ganar un lugar en el estrado antes de abandonar la Cumbre (ver aparte).

Ese documento de trabajo promovido por los daneses con presunto ánimo de consenso eximía a los países subdesarrollados de obligarse a hacer emisiones y preveía que el dinero de un fondo para impulsar la economía verde fuese manejado por un órgano de Naciones Unidas (no el Banco Mundial ni otro organismo multilateral), a integrar en mitades por representantes de los ricos y de los pobres. Los anzuelos no resultaban suficientes. No sólo no había ningún compromiso de las naciones desarrolladas de limitar sus emisiones, sino que se preveía sujetar a los países a la revisión que tanto irritó a Lula.

Finalmente, las necesidades de sus propias políticas internas llevaron a estadounidenses y europeos a propiciar algún principio de acuerdo que sus electores, de creciente conciencia verde, anhelan más que los ciudadanos de cualquier país del ahora fisurado G-77. “Yo gané las elecciones prometiendo desayuno, almuerzo y cena”, precisó ayer Lula, en alusión a las verdaderas urgencias de su electorado.

Fuente: Página|12

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