A fines de abril, Mustafá Rokonuzzaman, un agricultor de Bangladesh, hizo un apasionado discurso en su aldea, en el que protestó por el cambio del clima, los extraños períodos calientes y las fracasadas lluvias, que arruinaban sus vegetales. No sabía ni la mitad de lo que estaba ocurriendo. Un mes después, Rokonuzzaman tenía el agua a la altura del tórax como consecuencia de las inundaciones que habían arrasado su casa, su granja y hasta el poblado donde se realizó la reunión. El ciclón Aila que causó el estallido tormentoso que destruyó las barreras contra las inundaciones que tenía el poblado, fue en sí un ejemplo atendible de cómo el cambio climático está provocando devastación en los países pobres. Bangladesh, situado en el sur de Asia, es uno de los países más pobres y con mayor densidad de población del mundo.
La mayoría de los habitantes de Occidente sabe que el mundo pobre contribuye al cambio climático, aunque la escala de su contribución todavía constituye una sorpresa. Los países pobres y de ingresos medios ya representan poco más de la mitad del total de las emisiones de carbono. Brasil produce más anhídrido carbónico per cápita que Alemania. Las emisiones que surgirán, a lo largo del tiempo, de las estaciones de generación de energía planificadas por esos países equipararán a la totalidad de la contaminación industrial del mundo desde 1850.
Sin embargo, no se advierte con frecuencia que el calentamiento global causa mucho más daño a las naciones pobres del que éstas hacen al clima. En un informe que presentó en el año 2006, Lord Stern calculó que un aumento de 2° C en la temperatura global tendría un costo equivalente a 1% del PIB mundial. Pero, el Banco Mundial, en su nuevo Informe de Desarrollo Mundial, señala ahora que el costo para África se situará más cercano al 4% del PIB y en el caso de India cerca del 5% del PIB. Aun en la eventualidad de que los costos ambientales se distribuyeran de manera equitativa a cada persona en la Tierra, los países en vías de desarrollo igual sobrellevarían el 80% de la carga, debido a que representan el 80% de la población mundial.
A medida que se acerca la cumbre sobre el clima, convocada para diciembre del corriente año en la ciudad de Copenhague, los países pobres expresan alarma por el ritmo lento de las negociaciones destinadas a reemplazar el Protocolo de Kyoto. Acordado parcialmente en 1997, sus normas son vinculantes para los países ricos en cuanto a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en 5,2% para el año 2012, tomando los niveles de 1990.
Calcular el costo del calentamiento global resulta difícil, debido a que nadie sabe realmente cuánto debe atribuirse al cambio climático y cuánto a otros factores. Sin embargo, un indicio de los crecientes costos es el número de personas alrededor del mundo que son afectadas por los desastres naturales. Entre 1981 y 1985, menos de 500 millones de personas necesitaron asistencia internacional ante desastres. Entre 2001 y 2005, el número llegó a 1.500 millones de personas. Esto incluye el 4% de la población de los países más pobres y más del 7% de la población en los países de ingresos medios.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que en total, el cambio climático causó la pérdida de 5.5 millones de años de vida ajustados por discapacidad (es una medida del daño a la salud humana) en 2000, en su mayoría en África y Asia. Cálculos realizados por el Foro Humanitario Global, un centro de investigaciones de Suiza, y por la publicación científica Cuantificación Comparada de Riesgos a la Salud, sitúan el número de muertes adicionales atribuibles al cambio climático en 150.000 por año. El daño indirecto, a través del impacto en el suministro de agua, los rendimientos de las cosechas y las enfermedades, es enormemente mayor.
Los pobres son más vulnerables que los ricos por varios motivos. Viviendas precarias e inapropiada atención de la salud significan que los desastres naturales de todo tipo les provocan más daño. Por ejemplo, cuando el huracán Mitch arrasó a través de Honduras, en 1998, los hogares pobres perdieron entre 15% y 20% de sus activos, mientras los ricos sólo perdieron el 3%.
Terrible El calentamiento global agrava esa situación, mientras también incrementa las posibilidades de contraer enfermedades que ponen en riesgo la vida y que prevalecen en los países más pobres. En muchos lugares, las ciudades fueron construidas justo por sobre la llamada "línea de malaria", por encima de la cual no pueden sobrevivir los mosquitos trasmisores de la enfermedad. Nairobi, en África, es un ejemplo.
El tiempo más caluroso permite que los insectos se muevan en alturas que anteriormente no fueron afectadas, y diseminen una enfermedad que ya es el mayor asesino en África. Para 2030, sólo en África, el cambio climático puede dejar expuestas a la malaria a 90 millones de personas más.
De manera similar, los brotes de meningitis en África están fuertemente relacionados con la sequía. Probablemente los dos aumenten. Los pronósticos indican que la diarrea aumentará 5% para 2020 en los países pobres, como consecuencia del cambio en el clima. El dengue ha expandido sus alcances: su incidencia se duplicó en zonas de las Américas entre 1995-97 y 2005-07. Una estimación indica que el 60% de la población del mundo estará expuesta a la enfermedad para 2070.
La historia de Rokonuzzaman muestra que los países pobres son especialmente vulnerables a las inundaciones. Diez de las 15 ciudades más grandes del mundo en vías de desarrollo están en zonas costeras bajas expuestas al creciente nivel de los mares o a los impulsos de las marejadas. Están incluidas Shangai, Mumbai y El Cairo. En el sur y este de Asia, las planicies inundables de la zona de influencia de los grandes ríos siempre han sido el hogar de enorme número de personas y de intensa actividad económica.
El cambio climático está abrumando los esquemas sociales y de otra índole que en el pasado permitieron a los países y sus habitantes hacer frente a las inundaciones. Los presupuestos nacionales no están en condiciones de abordar los costos de mejorar las defensas. Holanda también resulta afectada y destina US$ 100 por habitante, por año, para las defensas contra las inundaciones. En Bangladesh, ese monto es la cuarta parte de los ingresos anuales del habitante medio.
Impacto La mayor vulnerabilidad es que las condiciones del tiempo afectan de manera grave las principales actividades económicas de los países en vías de desarrollo, como son la agricultura y el turismo. El calentamiento global seca las tierras cultivables. Debido a que dos tercios de África es desierto o tierras áridas, el continente está altamente expuesto. Un estudio pronostica que para 2080 la quinta parte de las tierras agrícolas de África estará severamente desgastada. Y, esa es sólo una parte del problema.
El calentamiento global también parece estar acelerando el ciclo hidrológico de la Tierra, causando inundaciones y secas (cae más lluvia en períodos más breves, con mayores brechas entre medio). Además, al derretirse los glaciares, el calentamiento global reduce la capacidad de almacenaje de la naturaleza. Dos tercios del agua fresca del mundo están almacenados en los glaciares, los que, al derretirse, dejan a los países pobres con menor amortiguación para proteger a los agricultores de los esquemas cambiantes de la lluvia y del tiempo.
La falta de previsibilidad sería terrible aun en los mejores tiempos: al ser golpeada por la sequía y las inundaciones, la tierra se hace menos productiva.
Eso está complementado por otro problema. Las variedades de semillas de más altos rendimiento, resistentes a las pestes, fueron inventadas en la década de los 60, y estaban destinadas a prosperar en climas estables. Las antiguas semillas, en realidad, son mejores para abordar el tiempo variable, aunque ahora se usan mucho menos. Restablecer su uso significará tener menos alimentos.
En India, las ganancias de la Revolución Verde se están reduciendo como consecuencia de la contaminación local, el calentamiento global y la declinante resistencia a las pestes y enfermedades.
Un estudio realizado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) pronosticó que los rendimientos de las principales cosechas indias declinarían entre 4,5% y 9% adicionales a lo largo de los próximos 30 años, como consecuencia del cambio climático.
Una evaluación reciente, sobre la base de un gran número de estudios referidos a lo que podría ocurrir a largo plazo si el carbono continuara siendo emitido hacia la atmósfera, descubrió que la producción agrícola mundial caería 16% para la década que comienza en 2080 y posiblemente la caída sería del 21% en las naciones en vías de desarrollo.
Si bien la escala del tiempo hace que esos pronósticos no sean más que conjeturas informadas, no existen grandes dudas de que el cambio del clima está socavando los avances de la agricultura intensiva en los países en vías de desarrollo, en el mismo momento en que el crecimiento de la población y la mayor riqueza significan que el mundo necesitará duplicar la producción de alimentos en las próximas tres a cuatro décadas.
En 2050, el mundo deberá alimentar entre 2.000 millones y 3.000 millones de personas más y abordar las cambiantes dietas (con mucha agua) de una población más rica. Aun sin el cambio climático, la productividad agrícola deberá aumentar 1% por año, lo que es mucho. Debido al cambio climático, el incremento deberá ser del 1,8%, según el banco.
Negociación. Si esta multitud de problemas tiene un aspecto positivo es que le da a los países en vías de desarrollo un gran interés por mitigar el impacto del cambio climático al igual que a las naciones ricas. El Banco Mundial indica que una política sobre el cambio climático ya dejó de ser una simple opción entre el crecimiento y el bienestar ecológico. En principio, esa realidad debería favorecer un acuerdo en la cumbre de Copenhague, al incrementar el número de países que quieren lograrlo. Pero, quedan dos grandes problemas.
El primero es que los países más pobres quieren grandes sumas de dinero. El Banco Mundial calcula que impedir que el calentamiento global supere los 2° C, tendrá un costo de entre US$ 140.000 millones y US$ 675.000 millones anuales para los países en vías de desarrollo, empequeñeciendo los US$ 8.000 millones por año que fluyen hacia ellos en la actualidad para mitigar el cambio climático.
El costo de la adaptación al cambio climático (la opción sería intentar frenarlo) es de US$ 75.000 millones y abrumadoramente superior a los US$ 1.000 millones anuales que está a disposición de esos países.
El segundo problema es que los países pobres ven un acuerdo sobre el cambio climático en términos muy diferentes. En el caso de las naciones ricas, el problema es medioambiental: los gases de efecto invernadero se acumulan en la atmósfera y deben ser cortados, preferentemente usando el tipo de metas vinculantes, recomendadas por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático.
En el caso de los países en vías de desarrollo, el problema es de equidad e historia: los países ricos son responsables de dos tercios del carbono que llega a la atmósfera, desde 1850. Cortar las emisiones en términos absolutos perpetuaría un esquema injusto. Por consiguiente, los países pobres creen que las emisiones per cápita y no las emisiones absolutas, deberán ser el parámetro.
Asimismo, las metas fijadas a nivel nacional tienen poco efecto en los países pobres, donde la administración pública funciona mal.
Por tanto, ricos y pobres también discrepan sobre las condiciones que deben agregarse al dinero destinado a adaptarse o mitigar el cambio climático.
Los ricos lo ven como una suerte de ayuda, enfocada a proyectos específicos con metas que pueden medirse y que requieren estrictas condiciones. Los países más pobres ven el dinero como una compensación sin condiciones para un problema que ellos no causaron.
El costo del cambio climático da a las naciones en vías de desarrollo un gran interés en llegar a un acuerdo en Copenhague. Pero, qué tipo de acuerdo quieren y cuánto esfuerzo deben hacer para lograrlo, es otro asunto.
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