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El viaje invisible de los microplásticos Cómo contaminan el suelo, el agua y la comida

El viaje invisible de los microplásticos

Estos fragmentos diminutos se encuentran en todos los rincones del planeta, desde la cima del Everest hasta la cadena alimentaria humana, afectando ecosistemas y salud a través del viaje invisible de los microplásticos.

Los microplásticos —partículas de plástico menores a cinco milímetros— se han infiltrado en todos los ecosistemas del planeta. Se detectaron en la placenta humana, en órganos de pingüinos antárticos, en el hielo del Ártico, en la cima del Everest y en las profundidades de la Fosa de las Marianas. Su presencia confirma que ningún rincón de la Tierra está a salvo de esta forma de contaminación.

Aunque parezcan insignificantes, actúan como viajeros persistentes. Un simple hilo de poliéster desprendido de un sweater puede recorrer largas distancias a través del suelo, ríos y océanos, transportando partículas que permanecerán durante décadas o incluso siglos.

El impacto no se limita al ambiente: al incorporarse en la cadena alimentaria, los microplásticos afectan a insectos, aves, mamíferos y, finalmente, a los seres humanos, que consumimos agua y alimentos contaminados. Estudios recientes revelan que la ingestión e inhalación de estas partículas es generalizada y podría tener consecuencias para la salud a largo plazo.

Su origen está en lo cotidiano: fibras de ropa sintética, envases y objetos plásticos que se dispersan con facilidad. Cada acción humana, por mínima que sea, contribuye a un ciclo de contaminación que compromete ecosistemas enteros y los recursos naturales de los que dependemos.

Orígenes de los microplásticos: de los sweaters al campo

La vida de un microplástico comienza en lo más común. Por ejemplo, un solo lavado de un sweater de poliéster puede liberar cientos de miles de fibras. Estas partículas viajan por las tuberías de aguas residuales y terminan en los lodos de depuradoras, que con frecuencia se utilizan como fertilizantes agrícolas. Así, los campos de cultivo se convierten en reservorios de microplásticos que permanecen durante años, integrándose en el suelo y en los organismos que lo habitan.

Una lombriz puede ingerir estas fibras sin digerirlas, acumulando plástico en su cuerpo. Esto altera su digestión y provoca pérdida de peso. Lo mismo ocurre con otros invertebrados como babosas, caracoles y orugas, que consumen hojas contaminadas. Estudios indican que estos fragmentos retrasan el crecimiento, reducen la fertilidad e incluso provocan daños hepáticos, renales y estomacales en especies más grandes.

Contrario a lo que suele pensarse, el suelo concentra más microplásticos que los océanos. Como insectos y pequeños mamíferos son la base de la cadena trófica, la presencia de plástico altera profundamente el equilibrio de estos ecosistemas. Lo que comienza con un hilo desprendido de una prenda termina afectando aves, mamíferos y, en última instancia, a los humanos que consumimos esos organismos o sus derivados.

El ciclo no concluye con la muerte de los animales. Al descomponerse, las fibras retornan al suelo y reinician la dispersión. El viento, la lluvia y la escorrentía las transportan hacia ríos, mares y océanos, donde continúan su recorrido en un proceso que los científicos llaman la *“espiral de plástico”*.

Microplásticos en la cadena alimentaria

Una vez en el suelo y en los cuerpos de los animales, los microplásticos ascienden por la cadena alimentaria. Erizos, ratones, aves insectívoras y pequeños mamíferos ingieren estas partículas de forma directa o indirecta. Con ello, los fragmentos terminan en carne, leche y sangre de animales de granja, que forman parte de la dieta humana. Se estima que cada persona consume al menos 50.000 partículas de microplástico al año a través de alimentos, agua y aire.

Incluso órganos humanos sensibles —pulmones, placenta, médula ósea, sangre, semen, testículos y cerebro— han mostrado la presencia de estas partículas, lo que evidencia su capacidad de infiltración y plantea posibles riesgos para la salud. Investigaciones preliminares sugieren que los microplásticos pueden liberar toxinas y alterar funciones celulares esenciales.

La agricultura tampoco queda al margen. Fragmentos diminutos alcanzan a las plantas a través del suelo, afectando raíces, tallos y hojas. Estos nanoplásticos pueden bloquear los canales de nutrientes y agua, limitar la fotosíntesis y reducir la productividad de cultivos como trigo, arroz o lechuga, que más tarde regresan a la mesa humana.

Este ciclo perpetuo convierte a los microplásticos en contaminantes persistentes, prácticamente imposibles de eliminar. Cada fibra desprendida, cada envase abandonado, cada tejido sintético alimenta un problema global que ya afecta tanto a ecosistemas remotos como a entornos urbanos.

Contaminación: la magnitud del plástico en el planeta

Desde la década de 1950, la humanidad produjo más de 8.300 millones de toneladas de plástico, un volumen equivalente al peso de mil millones de elefantes. Este material se utiliza en envases, textiles, productos agrícolas y bienes de consumo, y resulta casi imposible prescindir de él. Sin embargo, su producción masiva y desecho irresponsable han generado una crisis ambiental global.

La dispersión de microplásticos alcanzó incluso los lugares más inhóspitos: glaciares, montañas, fondos oceánicos y parques naturales, confirmando su carácter omnipresente. Corrientes de aire y agua impulsan su viaje, convirtiéndolos en contaminantes globales que desafían los esfuerzos de conservación.

El impacto va más allá del ambiente: altera la biodiversidad, modifica procesos ecológicos fundamentales y compromete la fertilidad del suelo y la salud de los animales. Su presencia en la cadena alimentaria humana plantea riesgos aún en estudio, pero que ya preocupan a científicos y autoridades sanitarias.

Si bien los consumidores pueden reducir su aporte a la contaminación, los especialistas advierten que no es suficiente. La responsabilidad principal recae en políticas públicas efectivas y en la regulación de las empresas productoras de plásticos de un solo uso. Sin mecanismos de control, la contaminación persistirá y seguirá expandiéndose.

“Este artículo fue elaborado con el apoyo de herramientas de redacción asistida por inteligencia artificial.”