El uso irresponsable de los coches produce una epidemia oculta, en
definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que se cobra
muchas víctimas cada día.
Los accidentes de tráfico acaban con la vida de 3.000 personas al día y
cerca de un millón y medio de personas cada año. No es el sida ni el
hambre y, en contra de lo que suele ocurrir, afecta en mayor proporción
a los países desarrollados que a los empobrecidos. Esta epidemia oculta
acaba con la vida de 84 brasileños, 40 mexicanos, y 22 colombianos al
día. Sólo en EEUU, los accidentes de tráfico se llevan la vida de
50.000 personas cada año, una persona cada doce minutos.
Las víctimas no son el único efecto perverso del tráfico. Según el
Ministerio de Medioambiente español, estas cifras son menos de la
tercera parte del número de muertes que se producen por la
contaminación del tráfico y de la atmósfera. Respirar humo de un coche
no causa la muerte, pero sí desencadena y agrava las enfermedades
respiratorias, cardiovasculares y cáncer de pulmón. Las partículas
expulsadas por los motores de gasoil obstruyen los pulmones e irritan
las mucosas. Las partículas en suspensión, el ozono, los óxidos de
nitrógeno y el dióxido de azufre, procedentes de los tubos de escape y
de la combustión en industrias o calefacciones, son los principales
contaminantes.
Durante el siglo XX se fabricaron más de mil millones de coches, el
mismo número que de automóviles que se van a fabricar durante los
primeros quince años del siglo XXI. El desarrollo económico de países
como China e India aumentará el nivel de polución en la atmósfera si no
se adoptan medidas internacionales para controlar la emisión de gases
contaminantes. Según el WorldWatch Institute, si todas las familias
chinas tuviesen un simple frigorífico en casa la capa de ozono no
resistiría. Si tuvieran coches en la misma proporción que las familias
occidentales, los efectos para la atmósfera serían devastadores.
Los Ayuntamientos de algunas de las ciudades más contaminadas del
mundo, como México D.F. o Londres, ya han establecido planes de
contingencia para reducir los niveles de polución en el aire. Gracias a
las restricciones para el uso y circulación de los coches, la
imposición de tasas para circular por el centro urbano y la obligación
de disponer de un catalizador en los vehículos, se han conseguido
reducir de manera notable los niveles de polución en estas ciudades.
Según la OMS las partículas en suspensión son los agentes contaminantes
más letales. Si se redujeran los niveles de este contaminante, la cifra
anual de fallecidos por cáncer, infartos de miocardio o enfermedades
pulmonares en las ciudades contaminadas podrían descender hasta un 15%.
Pero no sólo los automóviles contaminan. La central térmica de As
Pontes, en Galicia, emite 10,7 millones de toneladas de CO2, una
cantidad equivalente a la que emiten 2,4 millones de coches. Ésta y
otras cinco centrales térmicas producen la cuarta parte del total de
gases contaminantes que actúan sobre la atmósfera española. Pese a ser
uno de los países que firmaron Kioto, España aumentó sus emisiones un
53% el año pasado respecto al anterior. Doce millones de españoles
respiran un aire que supera los niveles de contaminación fijados por la
Comisión Europea.
Los expertos apuestan por un mayor uso del transporte público, el
desarrollo de nuevos combustibles no contaminantes y el control
gubernamental sobre la emisión de gases industriales. Es necesario
hacer un uso responsable de los coches. Viajar en autobús, metro o
tren, además de contaminar menos, es 44 veces más seguro que en
vehículo privado.
Hablar del calentamiento global no es contar una historia de ciencia
ficción. Los efectos del exceso de gases en el medioambiente ya nos
afectan a todos. Millones de personas sufrimos sus consecuencias cada
año. No hay que esperar un nuevo tsunami o a que el mar engulla
ciudades para caer en la cuenta. La otra mitad del medioambiente somos
nosotros, y somos responsables de conservarlo. Nos va la vida en ello.
Alberto Sierra
Centro de Colaboraciones Solidarias
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