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Los insectos que preservan la naturaleza
Publicado por Administrador   
jueves, 26 de octubre de 2006
Abeja y colmenaTienen cinco ojos (dos compuestos y tres ocelos), un par de antenas, tres pares de patas y dos pares de alas. No saben vivir sin su enjambre, son grandes arquitectas y viven bajo el dominio de la reina todopoderosa.

Las abejas de la miel ('Apis mellifera'), tan temidas por sus picaduras, son una fuente casi inagotable de alimento. Pero son, sobre todo, imprescindibles para el medio ambiente: sin ellas, dijo Einstein, el hombre no sería capaz de sobrevivir.

La humanidad se ha beneficiado siempre de casi todo lo que producen estos himenópteros: miel, polen, propóleos, jalea real, cera e incluso su veneno. Pero detrás de estos productos se esconde una importantísima labor ambiental que no es otra que la de mantener los ecosistemas. Semejante tarea es ejecutada cada día, desde hace 200 millones de años (el 'Homo sapiens' lleva sólo 200.000 años existiendo), en un fascinante mundo hexagonal que encierra férreas castas, viviendas perfectas y decenas de miles de abejas sometidas a lo que el escritor belga Maurice Maeterlinck dio en llamar "el espíritu de la colmena" -retomado más tarde por el cineasta Víctor Erice para titular una de sus películas-: la ley natural que las mantiene rigurosamente organizadas en consonancia entre ellas, con las flores, con la primavera y el universo.

A lo largo de su corta vida, las abejas obreras (mayoritarias frente a los zánganos o machos y la reina) limpian, alimentan a las larvas y a la reina con su jalea real, reparan y construyen con su cera, ventilan y calientan con sus alas, vigilan la colmena con su punzante veneno, recogen néctar, polen, agua. Un trabajo exhaustivo para producir un tarro de miel -una abeja debe visitar más de mil flores para llenar su buche de néctar, y a lo largo de toda su vida no generará más que una cucharada de miel-, pero sobre todo para perpetuar su ineludible simbiosis con un sinfín de plantas floradas.

Cada primavera, el mismo ritual comienza en los campos coloridos: las flores ofrecen a las abejas su néctar y polen, el mejor y único alimento para estos insectos, y las abejas, a cambio, transportan involuntariamente el polen impregnado en su cuerpo peludo hacia otras flores, permitiendo así la fecundación cruzada de las plantas. En los albores del Triásico, la Naturaleza desvió el curso de la lenta evolución de la vida, hasta entonces dominada por las plantas sin flor, y condenó a polinizadores y polinizados a necesitarse mutuamente. Desde entonces, las flores compiten por ser las más llamativas, olorosas y sabrosas del reino vegetal con el único fin de atraer a sus íntimos colaboradores.

No es de extrañar que científicos, ecologistas y apicultores consideren que, si desapareciera la abeja, el impacto sobre el planeta sería incalculable. Sin ellas, plantas y animales morirían y la vida del hombre sería, cuando menos, mucho más complicada. "Ya no sólo porque se alteraría la cadena alimentaria, sino por el deterioro ecológico que indicaría su desaparición", señala Alfredo Sanz Villalba, director técnico de la agrupación apícola aragonesa ARNA. Sensibles a cualquier alteración del medio, las abejas son las primeras en avisarnos de la contaminación, de la presencia de pesticidas, de la transformación del paisaje o de la polución del agua.

"El paisaje mundial cambió con la aparición de los insectos sobre la Tierra y con el desarrollo y dominio de las plantas angiospermas [con flores con corola]", explica Ana Quero, profesora de zoología, parasitología y bacteriología en la Universidad de Oviedo. La disminución de polinizadores podría volver a cambiar el paisaje y nuestra forma de vida actual desaparecería, sugiere, "porque no sólo las plantas que alimentan al hombre, sino también la flora silvestre, los matorrales y las zarzas que sustentan la vida de animales salvajes dependen de la polinización. Esos matorrales están protegiendo el suelo de la erosión, impidiendo que la lluvia se lleve la capa fértil, pero además en ellos viven pequeños invertebrados que constituyen la base de la cadena trófica. Muchas aves y grandes mamíferos se alimentan tanto de los frutos silvestres como de estos invertebrados. Si se pierde la cobertura vegetal, ¿de qué se alimentarán los vertebrados?", continúa esta apasionada de las abejas.

Tanta conjetura obedece a que, de hecho, la abeja corre el riesgo de desaparecer en el Primer Mundo, y ya lo ha hecho en los montes españoles. "Los pastores lo saben muy bien. Hay un dicho que dice que 'la abeja y la oveja van pareja'. Ahora ya no hay ni abejas ni pasto", dice Vicente Javier, apicultor de ARNA. Según él, cada vez hay menos lugares «sanos» en los que las abejas puedan vivir. El motivo está en los incendios, en la roturación de montes, en las epidemias y, sobre todo, en el uso indiscriminado de pesticidas por parte de los agricultores, quienes, paradójicamente, son los primeros en beneficiarse de las abejas: el 80% de las plantas de cultivo se poliniza gracias a ellas. Es más: un árbol frutal polinizado tendrá frutos más grandes y más dulces, dice Ana Quero.

El temor a que desaparezcan estos insectos se convirtió en inquietud científica cuando, hace unos años, se empezó a constatar en España una pérdida progresiva de poblaciones por razones que aún no se han logrado esclarecer. Francisco Puerta, coordinador del grupo de investigación del Centro de Apicultura Ecológica de Córdoba y profesor de zoología en la Universidad de dicha ciudad, cree que detrás del debilitamiento de las colonias apícolas hay una falta de nutrición por el avance de la agricultura, una infección o una intoxicación.

La apicultura se postula como una práctica esencial en un mundo como el de hoy en el que apenas quedan colmenas silvestres. "No hay ninguna actividad en el mundo que proteja mejor la naturaleza", sentencia Sanz Villalba. "Porque el apicultor necesita que la abeja se mueva en un entorno sano".

Pero también esta práctica tradicional está en regresión. Las importaciones dejan a los productores en una asfixiante encrucijada: o bajan los precios y pierden dinero, o no pueden competir con la baratísima miel procedente de otros países. «Ya no es una cuestión de tener abejas como explotación comercial, sino por su rentabilidad ecológica. Hoy por hoy, la apicultura se mantiene gracias a las personas mayores», advierte Vicente Javier.

Son muchos los apicultores y expertos que reivindican subvenciones para evitar la extinción de tan importante tradición en España, no obstante infravalorada; una decadencia que ha ido en paralelo a la que ha padecido el medio rural en las últimas décadas. A falta de apicultores, una opción que se empieza a contemplar es fomentar esta práctica entre los ciudadanos como afición económica, ecológica, divertida y con un gran valor cultural. Vicente Javier ha dado un primer paso: a través de un programa de apadrinamiento ('www.abejasmundi.com'), invita a ayudar a las abejas a seguir perpetuando, en beneficio de todos, un ciclo clave en la naturaleza.

Abejas para salvar a los osos

"Se nos mueren los linces y los osos y ponemos el grito en el cielo, pero su desaparición no afecta casi a la cadena alimentaria. No es el caso de la abeja, que es polinizadora desde hace millones de años". Roberto Hartasánchez, director del Fondo para la Protección de los Animales Salvajes (FAPAS), no duda en resaltar el valor ecológico de las abejas a pesar de que la organización que dirige se centra fundamentalmente en la conservación del oso. "La desaparición de la Apis mellifera de la naturaleza está teniendo un impacto en la Cordillera Cantábrica", dice, en referencia a uno de los principales hábitats del oso pardo (Ursus arctos) en España, actualmente en grave peligro de extinción.

Según Hartasánchez, la pérdida de polinización en las zonas montañosas ha provocado una enorme caída en la productividad de frutos como los arándanos, muy importantes para el oso, el urogallo y otros animales, así como para los insectos asociados a estas plantas.

La crisis del oso ha llevado al FAPAS a intentar revalorizar el papel ecológico de la abeja trasladando algunas colmenas domésticas al monte y plantando árboles frutales con el fin de potenciar el ciclo natural que se está perdiendo.
"No se trata de soltar abejas en la naturaleza, porque está el problema de la varroasis (una enfermedad de origen asiático que ha diezmado las colonias de cultivo en toda Europa y que sólo puede ser tratada por el hombre) y no sobrevivirían en estado salvaje. Además, se propagaría la enfermedad. Lo que se trata es de favorecer la polinización en los enclaves oseros», añade.

En busca de alimento, el oso se acerca a las colmenas de los apicultores causándoles destrozos. Una de las medidas tomadas por esta asociación ha sido colocar placas protectoras a los panales e invitar a los productores a continuar con su actividad. Se espera que, una vez en el monte, las colmenas puedan alimentar directamente a los plantígrados.
Tana Oshima
Fuente: Natura

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Comentario[s]
Una lástima
Escrito por Invitado el 2012-01-21 07:22:34
:cry es una lástima que desaparezcan las abejas, sería fatal. Es obvio que la creacion del Dios todopoderoso ha sido mal cuidada por algunos desinteresados que no saben que todos somos uno en todos.

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