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Transición energética y el inevitable calentamiento global
Artículos - Cultura eco
Publicado por Administrador   
jueves, 15 de mayo de 2014
Transición energética Evitar las peores consecuencias del calentamiento global requeriría que las emisiones totales mundiales alcanzaran su pico máximo hacia el 2020 y se redujeran a la mitad en el 2050. Pero en las condiciones actuales, no hay esperanzas de una transición energética suficientemente rápida hacia las energías renovables que lo logre.

La transición energética indispensable tardará un tiempo muy largo, de acuerdo con la evidencia sobre transiciones energéticas anteriores en la historia de la humanidad. El mundo sustituyó en 50% la madera con carbón a lo largo del siglo XIX después de un periodo de 60 años. Durante el siglo XX, el petróleo alcanzó a sustituir al carbón en 40%, en un periodo equivalente, mientras que el gas natural llegó apenas al 25% de penetración sustituyendo a carbón y al petróleo, en un lapso similar.

Las energías renovables modernas (solar, eólica, geotermia) están actualmente en pleno despegue, aunque registran todavía una penetración incipiente de 5% en la demanda global. En esta lógica, transcurrirían cinco o seis décadas para que consigan una participación mayoritaria en el suministro total de energía primaria en el mundo. Será demasiado tarde.

Las energías renovables son intermitentes y requieren de soporte para complementarlas en generación de base (permanente) y en generación firme o flexible y disponible a lo largo de la curva de demanda diaria. Es decir, fuentes despachables (de operación y entrada inmediata a la red). Alemania, paradójicamente, que genera una proporción muy significativa de su electricidad con fuentes renovables, produce cada vez más y necesita importar de otros países electricidad producida con carbón. Una solución a este problema es desarrollar redes eléctricas y sistemas de generación distribuida a lo largo y ancho de grandes extensiones geográficas, para permitir que al menos un conjunto de fuentes renovables sustituyan a otras fuera de operación por falta de viento o de sol. Se trata de integrar redes más allá de las fronteras, o bien contar con plantas de base de cero emisiones (nucleares) y/o un sólido parque de fuentes firmes, flexibles y despachables (hidroeléctricas con grandes embalses o plantas de gas de ciclo combinado).

Pero transformar un sistema eléctrico de esta forma es muy costoso y exige tiempos muy largos. Los gobiernos no van a abandonar infraestructura de generación eléctrica que ha costado en todo el mundo, según se estima, al menos 20 billones de dólares (billones en español, 1,012). Sólo China ha invertido en los últimos 10 años, 500,000 millones de dólares en más de 300 Gigawatts de capacidad de generación eléctrica con carbón; mayor a toda la capacidad con fuentes fósiles que poseen conjuntamente Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y España. El gobierno chino espera que tales plantas operen al menos durante 30 años. No las va a descartar y a hacer chatarra. Y eso ocurre, obviamente en una dimensión menor, en muchos otros países.

Un severo impuesto global a los combustibles fósiles (carbon tax) para abatir la demanda, ganar eficiencia y promover energías renovables y de cero emisiones de CO2, no sólo en la generación de electricidad, sino en el transporte y en la industria, sería la vía para acelerar una transición energética capaz de minimizar riesgos climáticos catastróficos. Pero muy pocos estarían dispuestos a promoverlo y a aceptarlo. Los gobiernos no impondrán lo que la población no quiere. Tampoco se atisban liderazgos, ni condiciones geopolíticas para un acuerdo multilateral en este sentido. Al igual que ante el inminente estallido de la Primera Guerra Mundial, cuyo centenario se conmemora este año, y que nadie pudo evitar, sigamos impulsando la transición energética, pero preparémonos para un calentamiento global inevitable.

Gabriel Quadri de la Torre
Fuente: El Economista

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