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Publicado por Administrador   
jueves, 03 de diciembre de 2009
Ciudad iluminada La claridad tiene en todas las culturas un halo de bondad que nadie discute. Sin embargo, la oscuridad es también necesaria, y esa costumbre urbana de llenar las calles de farolas, anuncios luminosos y demás artilugios para convertir la noche en día está revelándose como una forma de contaminación muy dañina para la naturaleza y para el propio ser humano.

La contaminación lumínica es la emisión hacia la atmósfera de luz artificial como resultado, no tanto de la necesidad humana de ver -aún de noche- como de la instalación sin control de luminarias, anuncios de neón o focos ornamentales. La manifestación más característica de esa polución es el halo luminoso que desprenden todas las ciudades de noche y que se extiende mucho más allá y mucho más arriba de los edificios. El halo de Madrid, por ejemplo, se eleva 20 kilómetros. por encima del suelo, y el de Barcelona es perceptible en noches claras desde Mallorca, a más de 300 kilómetros de distancia. Esto significa que el ambiente nocturno de las áreas naturales alrededor de las urbes está tambien contaminado de luz, y que muy pocas son las personas, los animales y las plantas que sepan hoy lo que es una noche de verdad.

De hecho, el primer Atlas Mundial de Resplandor en el Cielo Nocturno -elaborado con técnicas fotográficas y coordinado por Pierantonio Cinzano, astrofísico de la Universidad de Padua- muestra que el 97% de la población estadounidense y el 96% de la de la Unión Europea nunca tienen un cielo con menos luz que el de la luna media, y, en más del 40%, el resplandor equivale o supera al de la luna llena.

Apenas empezamos a conocer el impacto de esta ausencia permanente de oscuridad, pero la alteración del ciclo día/noche y del ciclo lunar -dos de los ciclos básicos de todo ser vivo- resulta más que preocupante. La presencia de luz durante la noche, por ejemplo, está alterando los fenómenos de ascenso y descenso del plancton oceánico, que está en la base de la cadena alimentaria oceánica. La investigadora del Wellesley College de Massachusetts, Marianne Moore, ha encontrado, además, que el zooplancton (un conjunto de animales acuáticos microscópicos) de ciertos lagos ve alterado su ciclo básico (ascender a la superficie de noche para comer algas y descender de día para evitar a sus depredadores), y ahora se alejan del borde del agua también de noche. Esto priva de alimento a esos microorganismos y, de paso, a sus deprededadores, y permite una proliferación de algas en superficie que reducen el oxígeno acuático y, a la larga, perjudica a todas las especies animales y vegetales del ecosistema lacustre.

Está comprobado, además, que la proyección de luz en el medio natural origina fenómenos de deslumbramiento y desorientación en numerosas aves. Esto rompe muchas veces el equilibrio poblacional de las especies depredadoras nocturnas y las depredadas, ya que éstas últimas pierden el refugio de la oscuridad; pero, incluso, aves, como los búhos, con una visión nocturna casi perfecta, sufren deslumbramientos que les ponen más difícil la caza. Por contra, los depredadores diurnos proliferan ya que pueden localizar presas las 24 horas del día. La luz artificial también incide sobre los ciclos reproductivos de los insectos ya que evitar las barreras del luz les obliga a recorrer crecientes distancias para encontrar pareja. De rebote, la flora se ve afectada al disminuir los insectos que realizan la polinización de ciertas plantas, incluidos, seguramente, muchos cultivos agrícolas.

Pero también las personas padecen -muchas veces de modo imperceptible- los efectos de la falta de oscuridad. La presencia de ésta en el ambiente durante la noche puede ser causa de sueño inquieto, insomnio, cansancio y nerviosismo. Ciertos estudios realizados en Norteamérica apuntan hacia una conexión entre las bombillas de vapor de mercurio (luz blanca) y mayores índices de agresividad. Investigadores del Trinity College de EE UU han calculado, incluso, que una décima parte de la población mundial ha atrofiado la capacidad de visión nocturna ya que nunca es tan oscuro como para que entre en juego este mecanismo del ojo humano.

Pero hay más. Un estudio del Instituto Nacional del Cáncer publicado en el periódico oficial de esta institución de EE UU ha revelado una asociación estadística entre exposición a la luz durante la noche y mayores tasas de cáncer de mama. )Cómo es posible? Los científicos manejan la hipótesis de que la luz que golpea la retina a todas horas -incluidas las horas de sueño- reduce la producción de melatonina, una hormona con propiedades anticancerígenas, entre otras.

Cielo sin estrellas

Particularmente dañados resultan esos humanos profesionales y aficionados a la astronomía. La capa anaranjada de luz que proyectan las farolas, faros de coche, focos y demás eliminan de nuestros ojos la visión de la mayoría de los astros y, al final, los habitantes de las ciudades sólo podemos ver las estrellas más brillantes, algunos planetas y la luna. El resto, pese a que el cielo estrellado está declarado por la Unesco como Patrimonio de las Generaciones Futuras, lo hemos perdido prácticamente para siempre, y ni siquiera con potentes telescopios es posible ya verlos. El resplandor que ciega los objetos estelares se hace más intenso si existen partículas contaminantes -y las hay en todas las ciudades con intenso tráfico o con industrias- en la atmósfera que rebotan los rayos lumínicos en todas direcciones.

Según el citado atlas de luminosidad nocturna, el 99% de las personas que viven en Europa Occidental y Estados Unidos tienen siempre las estrellas total o parcialmente ocultas, y dos tercios de la población mundial no puede ver ya la Vía Láctea debido al manto de luces artificiales que proyectan las ciudades. De los 2.500 objetos visibles en el cielo nocturno desde un área Alimpia@, una persona que viva en las afueras de Nueva York sólo puede ver unos 250, pero, desde Manhattan, apenas vería 25. Por esto, numerosos observatorios del mundo han tenido que cerrar y otros muchos se han convertido en planetarios donde se proyectan videos de astrofísica y poco más.

No por casualidad, las primeras denuncias contra la contaminación lumínica procedieron de los astrónomos, en especial, a través de la Unión Astronómica Internacional. ALo que pretendemos Bexplica Francisco Puyol, astrónomo y presidente del Grupo de Protección del Cielo de Madrid- no es otra cosa que usar racionalmente la luz: apagar los focos de monumentos y recintos deportivos a ciertas horas, cambiar bombillas de 250 watios por otras de 125 o 100 watios, reducir la cantidad de luz de muchos centros comerciales y retirar las luminarias más ineficientes, sobre todo los famosos globos y las farolas sin visera@. Aunque eliminar la contaminación lumínica es casi imposible, estas medidas y otras, como instalar luminarias a baja altura y que dispersen la claridad de arriba a abajo, utilizar materiales poco deslumbrantes o usar las potencias adecuadas para cada caso (no es lo mismo un entorno cercano a un paraje natural que una estación de tren) reducirían el problema en un 80%.

Fuente: ECOticias

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